Tuesday, August 18, 2009

Zen

El viejo estanque,
salta una rana.
¡Plaf!

El tipo que escribió este haiku es un monje zen, por supuesto. Se trata de una metáfora de la iluminación, o bien podría ser un relato pormenorizado de una iluminación. El monje en estado contemplativo en el estanque plácido y una rana sobre una piedra que, sin decir agua va, salta. Y entonces se produce el milagro: el monje deja de pensar y pasa a ser. El sonido de la rana al entrar al agua: plaf. Así de simple, ése fue el empujón para que el monje diera el salto al vacío que se denomina zen. Ese hombre que había dedicado su vida al estudio del zen y que había agotado las mil y una formas de la meditación, que sabía de memoria las escrituras del Buda y de los Vedas y que había renunciado a todo, para terminar sus días junto al estanque. Ese monje, en ese momento, logró olvidarse de todo lo que había aprendido, logró olvidarse de su identidad, de su mente y todas sus construcciones y pasó a ser parte integrante del universo, a entender sin pensar, retornó al mundo real. En ese momento pasó a ser el Buda, como ya lo eran la rana y el estanque.
Quién diría, ¿no?

2 comments:

  1. Sí. Para cualquiera que esté al borde del nirvana, no cabe duda alguna de que el contacto del batracio con el agua de cristal es un despertador tan bueno como cualquier otro. Es todo lo que hace falta para quebrar esa delgadísima estructura mental que constituye el último karma. Yo, por mi parte, soy de sueño pesado. Creo que me faltan nueve mil vidas y un huracán de lobos para, por fin, abrir los ojos.

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